EL ARTE y LA MAGIA SEGÚN LOUIS CATTIAUX

presentado por Raimon Arola

 

1. Louis Cattiaux: pintor y profeta

Louis Cattiaux nació en Valenciennes (Francia) el día 17 de Agosto de 1904, a los veinticuatro años se establece en París, donde vivirá hasta su muerte en 1953. Louis Cattiaux fue un pintor apasionado por la búsqueda de los misterios del arte, tanto a nivel técnico, como a nivel espiritual, por ello, junto con un pequeño grupo de amigos pintores y poetas, fundó un movimiento artístico de vanguardia que se llamó Transhylisme (más allá de la materia). Pero a partir de 1936, su aventura por el mundo del arte cambió de rumbo y se abrió para él un periodo de búsqueda hacia la Alquimia y lo Absoluto. En este momento empezó a escribir El Mensaje Reencontrado, obra profética y de auténtico contenido tradicional, que terminó justo antes de morir, y que sin duda es su testimonio más importante. Escribió también un pequeño ensayo sobre la pintura, titulado Física y metafísica de la pintura, del cual presentaremos un pequeño fragmento.

Algunos críticos englobaron su pintura dentro del surrealismo, pues no debemos olvidar que Cattiaux vivió y trabajó en el centro físico y temporal de este movimiento abanderado por André Breton. Las pinturas de Louis Cattiaux tienen, ciertamente, algo de surrealismo. En sus telas vive un mundo extraño, mágico, distinto del que ven nuestros ojos cotidianamente. Algo apartado de lo real, que, como el surrealismo, indaga en zonas del espíritu humano poco conocidas, alejadas de la lógica y del raciocinio; por ello el pintor surrealista Sertillanges afirmaba que "a medida que estudiamos al hombre, concedemos más importancia a su inconsciente: la parte iluminada del alma no es más que una zona estrecha; en el resto todo es penumbra y oscuridad. Y no obstante, de allí brotan ideas y sentimientos. Por la lógica, comunicamos sólo con la parte más abierta a la luz; el resto es inaccesible. Pero éste constituye el principal valor de nuestra riqueza y es accesible al arte".

El surrealismo abrió la puerta del arte hacia las zonas oscuras del espíritu humano, pero, que duda cabe, una vez atravesado este umbral, la mayoría de los artistas de la época sólo supieron extraer unos estilos personales, sin duda muy interesantes estéticamente, pero pocos alcanzaron a distinguir la luz del espíritu que germina en medio de las zonas de penumbra y oscuridad. Como, si una vez fuera del mundo racional, la búsqueda se disolviera en un inevitable crepúsculo, en espejismos de ideas y sentimientos.

Para Louis Cattiaux los pintores surrealistas parecen inspirarse en las escenas de locura de la cámara subterránea de la Gran Pirámide. Con ésta afirmación seguramente apuntaba al problema expresado por la Sibila al piadoso Eneas, cuando éste quiso bajar a los Infiernos: "Es fácil bajar al Averno, día y noche permanece abierta la puerta del negro Dite, pero volver de allí y escapar de nuevo hacia las luces de arriba, ahí está la obra, ahí está el trabajo. Pocos pudieron conseguirlo" (Eneida VI, 126-130).

En la obra de Cattiaux las imágenes provenientes del mundo apartado de la conciencia no son imágenes oníricas, ni automáticas, ni paranoicas, ni naif, ni sentimientos exacerbados, ni permiten una expresividad de belleza sugerente y exótica, sino que más bien son símbolos del mundo luminoso que se engendra en la oscuridad, que brota de las tinieblas del ser oculto.

Analizando los escritos y las pinturas de Louis Cattiaux, a partir del cambio mencionado en 1936, nos percatamos que, junto a la disolución de la realidad aparente -como hacen los surrealistas-, surge un mundo de símbolos que recogen el legado del arte sagrado de Occidente. Esa característica distingue claramente su pintura de las tendencias surrealistas, por ello, el mismo Cattiaux escribe en una carta: «los aficionados a la pintura clasifican mi producción de surrealismo, que para ellos es el término vertedero de todo lo que no entienden».

Pero para Cattiaux su pintura tenía como finalidad la captación mágica del espíritu viviente del universo, ya que, explicaba nuestro autor, sin él no es posible que aparezca la luz sobrenatural escondida en lo natural, es decir, los símbolos universales escritos en el corazón de todo hombre.. En sus pinturas y escritos encontramos constantes referencias a la magia, pues sin ella no existiría el arte auténtico que une el cielo y la tierra, al hombre con Dios.

Gracias a la influencia del Alma del mundo, captada mágicamente, las pinturas de Louis Cattiaux no se quedaron encerradas en el mundo del subconsciente surrealista, sino que reflejan los secretos de la vida; en este sentido escribió a un amigo: "me gusta sobre todo pintar personajes imaginarios dentro de paisajes inventados, pero por encima de todo la búsqueda mágica tan inquietante a causa de la expresión muy secreta de la vida".

Ofrecemos a continuación la traducción castellana del capítulo diez de su Física y metafísica de la pintura que consideramos realmente importante para reencontrar el sentido más propio y tradicional del arte. El capítulo se denomina Origen y lleva el siguiente epigrama, El arte es mágico o no es, que resume el contenido inicial

 

2. Texto de Louis Cattiaux sobre el Origen la Obra del Arte

El origen del arte no es resultado de una necesidad estética, como comúnmente se cree, sino de una necesidad de dominación mágica.

En efecto, todos los especímenes más antiguos de dibujos y pinturas rupestres contienen signos extraños, que son de difícil interpretación cuando no se conocen los antiguos rituales de hechicería. En esas pinturas, que generalmente representan animales, se ven puntos y trazos que se dirigen hacia la cruz de las bestias u otros puntos vulnerables.

Se trata de representaciones de saetas y flechas, que atraviesan mágicamente la efigie del animal elegido para el rito de hechicería.

Los primitivos conocían muy bien la poderosa acción que se ejercía sobre el alma colectiva de ciertas especies, por medio del influjo mágico del hechizo de cacería . Se ponían en contacto con la egrégora de la manada, por medio de un rito de sensibilización de la imagen pintada, y obtenían su consentimiento asegurando la perennidad de la especie, su perpetuación por la salvaguarda de las madres y de los animales jóvenes.

Los cuerpos sin cabeza de osos y de bisontes esculpidos en arcilla que se han encontrado recientemente en grutas prehistóricas, intrigan mucho a los arqueólogos. Sin embargo, todos los signos de utilización mágica de estas efigies son visibles tanto en ellas como a su alrededor. La pica que emerge de su cuello está destinada a sostener la cabeza recién cortada de un animal muerto en cacería, esta cabeza completa así la dagyde (muñeca) de hechicería y la anima, la vitaliza, la sensibiliza, la impregna del alma colectiva de la manada.

El rito que sigue sirve para dar a los cazadores el dominio sobre dicha manada por la influencia psíquica ejercida sobre la entidad que anima esas bestias.

Las numerosas huellas de manos marcadas con sangre,que se han puesto de manifiesto sobre esas efigies o sobre las pinturas murales, y las flechas clavadas en puntos vitales, constituyen marcas visibles del rito de posesión mágica.

La misma música, el canto y la danza, en su origen sólo eran el soporte del pensamiento mágico que se concilia con el mundo hostil o lo domina.

Así, todas las artes tienen su origen en la obligación primera para el hombre encarnado de defenderse en los tres planos del mundo creado. Sólo después de terminado el rito ha podido tomar conciencia de la gratuidad del arte por el juego de formas, sonidos, colores y movimientos, y elevar su magia hasta intentar comunicar por medio de ella con el gran alma del mundo, al que los hombres llaman Dios.

Diremos, pues, que la magia particular se ha elevado hasta la magia general, y que el arte es el conducto que nos comunica con lo Universal.

Cuando eso se produce es arte, cuando no se produce no es nada.

Por lo tanto, la obra de arte es una creación mágica y, al igual que la procreación, exige, para dar lugar al Ser, una carga psíquica producida por el espasmo de amor, por eso hay tan pocos hombres y tan pocas obras vivas en este mundo, ya que la proyección mágica es un acto difícil por encima de todo, como el de la transmisión integral de la vida; y pocos hombres son capaces de realizar ese misterio de la transfusión energética del "voltio".

Los hijos del amor, más vivos y bellos que los demás, son los engendrados en el entusiasmo y la pasión amorosa; si consideramos a la humanidad media y las obras ordinarias, tendremos la prueba de que todo lo que se hace en el aburrimiento y la mediocridad engendra la muerte. Sólo los artistas generosamente dotados cargan inconscientemente sus obras, que hechizan por consecuencia y sin explicación razonable a ciertos espectadores más sensibles y receptivos que la masa ordinaria de los hombres.

Así pues, los humanos y las obras de arte nacidos-muertos pululan naturalmente por el mundo, a causa del estímulo a la debilidad y a la muerte, que siempre van en aumento desde la caída inicial.

Esas creaciones fantasmales sólo tienen apariencia de vida sin poseer su esencia, pero, tal como decía el maestro antiguo: "Hay que dejar a los muertos que entierren a sus muertos", ya que el absurdo de la muerte es lo único capaz de repugnarnos verdaderamente.

La vida sólo se transmite haciendo el amor, ya sea procreando, obrando o rezando, y allí donde no se hace el amor, sólo hay una caricatura de vida, aburrimiento y muerte.

Cabe señalar el fin que tenía en la Edad Media la magia particular del Arte (época de fe, de ciencia y de luz, digan lo que digan algunos miserables pedantes primarios). Se trata de los retratos mágicos destinados a proteger a sus poseedores. Dichas representaciones se consideraba que eran los que sufrían, en lugar del paciente individuo retratado, los accidentes susceptibles de alcanzarle.

Se explica en una vieja crónica la aventura de cierto gentilhombre parisino el cual un día, mientras paseaba tranquilamente por los muelles del Sena en compañía de sus amigos, de pronto empezó a gritar de dolor y corrió a tirarse al río, de donde se le sacó con grandes dificultades. Cuando le preguntaron si es que se había vuelto loco, pronunció esa extraña respuesta: "Mi casa se está quemando y mi retrato ya no es más que cenizas". En efecto, poco tiempo después, sus compañeros constataron la veracidad de su aserción, y conocieron con pavor la eficacia de las ciencias secretas. También el gentilhombre aprendió, a costa suya, que la magia es reversible, ya que después de encargar su retrato mágico para que recibiera en su lugar los golpes que le llegasen, le sorprendió constatar que lo contrario también podía ocurrir y que corría el riesgo de quemarse algún día en lugar de su imagen extrañamente rebelde a las llamas. El hecho de tirarse al agua detuvo la magia y restableció la norma, con gran perjuicio para la imagen, pero para consuelo del interesado.

Oscar Wilde supo de tales procedimientos y escribió El Retrato de Dorian Grai para ilustrarlos plenamente.

He tenido ocasión de ver de cerca uno de esos cuadros, no sabría expresar la extraña atracción que desprendía dicha obra, así como la impresión de presencia real que incluso llegaba a molestar y ,a la larga, a provocar angustia.

En verdad, sería imposible convivir durante mucho tiempo con una obra tal, así es de fuerte y turbador el sentimiento de presencia que desprende.

El secreto de la realización de tales obras casi se ha perdido, algunos artistas de vasta cultura y con poderes han reencontrado lo esencial de su procedimiento, y la aplicación que de él han hecho no deja ninguna duda sobre la eficacia de la acción buscada. Sería curioso ver expuesta una obra de ese tipo en medio de reproducciones ordinarias, a fin de estudiar la reacción del publico no advertido, reacciones que ciertamente estarían llenas de enseñanza respecto al valor intrínseco de obras "vivas" así presentadas. Los perros, los gatos y los caballos no se equivocan, y ante esos cuadros animados reaccionan como lo hacen ante seres vivos; se inquietan y acaban por ladrar, maullar o relinchar retrocediendo de sorpresa y miedo.

Las recientes reacciones de sorpresa que han provocado la exposición de obras realizadas por niños, naifs, primitivos o locos, muestran con suficiente claridad los orígenes misteriosos y mágicos del arte.

A ese respecto, los objetos de los negros llegan hasta la alucinación, y es en su magia donde se ha de buscar su valor de expresión única. Recuerdo haber visto, en el Museo del Hombre, unos dagydes de hechicería recubiertos con piel de pantera y ritualmente atravesados con agujas. El espectáculo era repulsivo e iba más allá de toda expresión humana, y no por el arte del escultor, sino, más bien, por lo que se desprendía de odio y de sufrimiento concentrados misteriosamente en esas muñecas animadas. El pelo, literalmente, se les erizaba a los espectadores que no huían secretamente espantados por tanto horror acumulado en esos "seres malditos".

A propósito de ello, es interesante recordar la forma como los egipcios y los chinos animaban ciertos "dobles" o determinadas estatuas. Los primeros procedían por medio de pases magnéticos, mientras que los segundos encerraban un animal vivo en el cuerpo de la obra. Los caldeos llegaban incluso a incorporar seres humanos en algunas estatuas, a fin de crear sus ídolos parlantes, verdaderos oráculos mágicos. Asimismo, consagraban la guardia de monumentos importantes a niños enterrados vivos en sus fundamentos. Lo que a nosotros nos parece una barbaridad sin nombre, para ellos sólo era una cosa natural ya que, al observar el mundo como una realidad formal compuesta de tres planos: espiritual, anímico y corporal, no creían que la muerte fuese un fin en sí misma, sino el paso de un mundo a otro, no más terrible ni más grave que un catarro.

Nuestra posición materialista, que nos lleva a no considerar más que las apariencias del mundo, nos hace exagerar hasta el absurdo la angustia del cambio y la renovación de todas las cosas. Tomamos por un fin lo que sólo es un comienzo. Esa actitud de los filósofos cartesianos, cegados por la corteza del mundo, engendra el escepticismo, la desesperación y la disolución de las sociedades modernas que han renegado de sus fes antiguas que, aparentemente, se han vuelto demasiado simplistas e infantiles.

Jean-Paul Sartre indica en un prefacio escrito recientemente: "Se dice que los primitivos de los mares del Sur se niegan a dejarse fotografiar; creen que se les captura y que domina para siempre". Las experiencias del señor de Rochas prueban, en efecto, que se puede sensibilizar magnéticamente la placa gelatinosa donde se inscribe el doble del sujeto fotografiado y así herirlo a distancia sin que este último pueda protegerse.

El estudio irracional de las antiguas creencias, probablemente, nos conduciría a constatar nuestra grosera ignorancia sobre los problemas que conciernen a la vida y a la muerte.

La orgullosa creencia en nuestra supuesta civilización y en nuestra pseudo-ciencia, por desgracia, nos impide considerar el misterio de la creación a partir de la simplicidad primera donde el instinto unido a la intuición reemplazarían brillantemente a nuestra rastrera razón razonadora. Ya que sólo "aquel que penetra hasta la raíz conoce todos los frutos del árbol".

El artista no ha de imitar a la naturaleza, so pena de volverse animal o necio

Armand Drouaut.

El arte imita a la naturaleza en sus modos de operar y no en sus visiones naturales

Albert Gleizes