PRINCIPIOS DE FILALETEO

(para dirigir las operaciones en la Obra Hermética, por Ireneo Filaleteo, inglés de nacimiento y habitante del universo)

(Texto cedido amablemente por José Rodríguez Guerrero -Azogue-)

 

 

El fuego secreto interno es un instrumento de Dios, y sus cualidades son imperceptibles para los hombres. Aquí hablamos frecuentemente de este fuego, aunque parezca que nos estamos refiriendo al calor externo, este es el origen de los frecuentes errores en que tropiezan los falsos filósofos y los imprudentes. Dicho fuego es nuestro fuego graduado, ya que el calor externo es casi lineal, o sea uniforme e igual en todo el proceso; este no sufre ninguna alteración durante la Obra al rojo blanco (sic), si se exceptúan los siete primeros d ías en que lo rebajamos para conservar la pureza de la Obra; pero el filósofo experimentado no necesita de tales advertencias.

Respecto al fuego externo, se gradúa insensiblemente de hora en hora, y al reanimarse cada día como resultado de la cocción, los colores se alteran y madura el compuesto. Acabo de hacer un nudo muy difícil e intrincado; procurad conservar esta solución en la memoria para no dejaros engañar en lo sucesivo.

Para comprobar si vuestro recipiente está cerrado de un forma hermética, haced el siguiente experimento, cuya infalibilidad es indiscutible: cuando se haya enfriado el recipiente, aplicad los labios en el lugar donde hayáis sellado el cuello y aspirad con fuerza: si hay alguna abertura, absorberéis el aire almacenado dentro del matraz, cuando retiréis la boca del cuello de la vasija, el aire penetrará otra vez por ese orificio, de tal forma que vuestro oí do percibirá claramente un silbido; esta prueba experimental no ha fallado nunca.

La primera que la capacidad de vuestro hogar no debe ser superior a la necesaria para contener vuestro barreño, y con un espacio vacío circular de una pulgada má s o menos, para que el fuego procedente del ventilador de la chimenea pueda circular alrededor del recipiente.

La segunda, que vuestro barreño debe contener sólo un recipiente, matraz o huevo; el espesor de las brasas, entre el barreñ o por un lado, y el fondo y los costados del matraz por otro debe ser, aproximadamente, de una pulgada. Y recordad siempre las palabras del filósofo: un solo recipiente, una sola materia, un solo horno.

Este barreño debe estar colocado de tal forma que se encuentre exactamente sobre la abertura del ventilador por donde llega el fuego; aquí sólo puede haber una abertura con un diá metro de dos pulgadas aproximadamente, por cuyo conducto se encauzará una lengua de fuego ascendente y sesgada, que tocará la parte alta del recipiente, rodeará su fondo y lo mantendrá continuamente como es debido.

La tercera, que si vuestro barreño fuese demasiado grande, no podrí ais caldear el recipiente con la exactitud y continuidad requeridas, ya que vuestro horno debe tener una capacidad tres o cuatro veces superior a su diámetro.

La cuarta, que si vuestra chimenea no es de seis pulgadas aproximadamente en el segmento de fuego, jamás obtendréis la proporción necesaria ni el punto justo de calor; si rebasáis esa medida y hacé is flamear demasiado vuestro fuego, éste será excesivamente débil.

La quinta, que la parte delantera de vuestro horno deberá tener exactamente un solo orificio, de la amplitud necesaria para introducir el carbón filosófico -es decir, una pulgada má s o menos- , de tal manera que se proyecte el calor desde abajo con mayor fuerza.

No ignoráis que la Naturaleza ha dejado vuestra materia en el reino mineral, y aunque hayamos establecido ya comparaciones entre vegetales y animales, es preciso que concibáis una relación pertinente en el reino donde está situada la materia que queréis trabajar; por ejemplo, si comparo la procreación de un hombre con la germinación de una planta, no creáis que, a mi juicio, el calor propio de uno sea tambié n adecuado para el otro, pues nosotros estamos seguros de que en la tierra, donde crecen los vegetales, hay un calor que perciben las plantas, incluso desde los comienzos de la primavera; sin embargo, un huevo no podrí a abrirse con ese calor, y un hombre, lejos de percibirlo, se vería sobrecogido por un gran atrevimiento. Como nuestra tarea se desarrolla, a todas luces, en el reino mineral, vosotros debéis conocer el calor que necesita y distinguir con precisi ón el débil del violento.

Ahora no sólo os conviene recordar que la Naturaleza os ha dejado en el reino mineral, sino que necesitáis trabajar también el Oro y el Mercurio, los cuales son i ncombustibles; que el Mercurio es flexuoso y puede romper los recipientes que lo contengan si el fuego es demasiado violento. Que es incombustible y, por tanto, el fuego no puede alterarlo; no obstante, hace falta retenerlo con la esperma masculina en un mismo recipiente de vidrio, lo cual sería imposible si el fuego fuese demasiado vivo, y entonces os veríais ante la imposibilidad de ejecutar vuestra obra

Así pues, el grado de calor requerido es el necesario para fundir el plomo y el estaño, e incluso algo más fuerte, pero no má s del que puedan resistir los recipientes sin romperse; en otras palabras, el calor temperado. Como veis, aquí se demuestra que se ha de iniciar el grado de calor con aquel que es propio del reino donde la Naturaleza os ha dejado.

Según afirma el filósofo, muchos imaginan que nuestra solución es sumamente sencilla, pero quienes la han ensayado o experimentado saben bien cuantas dificultades entraña. Por ejemplo, si sembrá is un grano de trigo, lo encontraréis hinchado tres días después; pero si lo arrancáis de la tierra, se secará y retomará su estado inicial , aunque haya sido acomodado en una matriz conveniente y la tierra sea su propio elemento; sin embargo, le habrá faltado el tiempo necesario para la vegetación. Las semillas duras necesitan una estancia má s larga en la tierra para germinar; tales son las nueces y los huesos de ciruelas y otras frutas; cada especie tiene su temporada propia, y cuando se espere el tiempo prescrito para su acción, sin aceleraciones prematuras, se tendrá la pruebe incontestable de que la operación será natural y fructuosa.

¿Acaso creéis que el Oro, el cuerpo más sólido del mundo, puede cambiar de forma en tan poco tiempo? Es preciso mantenerse a la expectativa hasta el cuadragésimo día, cuando se deje ver ya la iniciació n del ennegrecimiento. Tan pronto como lo observéis, considerad que vuestro cuerpo se desmorona, es decir, queda reducido a un alma viviente, y vuestro espí ritu muere, o sea, se coagula con el cuerpo; pero mientras no se llegue a ese ennegrecimiento, el Oro y el Mercurio conservarán su forma y su naturaleza.

Todo cuanto acabamos de decir significa que nuestra Obra se reduce a hacer hervir nuestro compuesto en el primer grado de un licuefaciente calorífico, que se encuentra en el reino metá lico donde el vapor interno circula alrededor de la materia; en esa humareda morirán y resucitarán el uno y el otro.

Que Dios, Padre de las luces, Señor Soberano, Autor de toda vida y de todo bien, os conceda la gracia de mostrar esa regeneración de la luz para entrar en la tierra vital, la tierra prometida a sus fieles, y participar un dí a de la vida eterna.

Así sea.



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